La persona, cada persona, creada a imagen de Dios, es una realidad sagrada, no sólo por lo que está llamada a ser, sino por lo que es en el presente.
La persona humana se realiza en la existencia varón o mujer; su plenitud se da en la experiencia del encuentro de ambas identidades, con el potencial que cada una de ellas puede aportar en el proceso histórico de la humanización.
La persona es esencialmente libertad; libremente asume un proceso de realización que inevitablemente lo hace responsable y solidario frente a la comunidad humana, espacio histórico de su realización.
La persona experimenta “en su carne” el aguijón del dolor y del pecado, como una realidad que descubre en sí misma a la que está expuesta y la interpela constantemente. En nuestras sombras, en nuestra fragilidad, hacemos experiencia de un Dios compañero de camino que nos ama entrañablemente y nos salva.
La persona es búsqueda; experimenta la necesidad de realizarse, y peregrina hasta el último momento de su vida buscando hacer experiencias de sentido. Este hecho, acontece en ella como experiencia religiosa que se expresa de diversas maneras, según sus circunstancias históricas y sus opciones.
La persona, por su misma naturaleza, es un ser social, y sin la relación con los otros no puede ni vivir ni desarrollarse como tal. Su capacidad de comunicación nace de una mirada de amor sobre la historia y sobre las personas y requiere relaciones interpersonales maduras y libres . La calidad de nuestras relaciones, expresión de la experiencia mística compartida en comunidad, es una invitación que propone a los jóvenes la oportunidad que Jesús ofrecía a aquellos que querían seguirlo: “Ven y verás”.
La persona humana se realiza en la existencia varón o mujer; su plenitud se da en la experiencia del encuentro de ambas identidades, con el potencial que cada una de ellas puede aportar en el proceso histórico de la humanización.
La persona es esencialmente libertad; libremente asume un proceso de realización que inevitablemente lo hace responsable y solidario frente a la comunidad humana, espacio histórico de su realización.
La persona experimenta “en su carne” el aguijón del dolor y del pecado, como una realidad que descubre en sí misma a la que está expuesta y la interpela constantemente. En nuestras sombras, en nuestra fragilidad, hacemos experiencia de un Dios compañero de camino que nos ama entrañablemente y nos salva.
La persona es búsqueda; experimenta la necesidad de realizarse, y peregrina hasta el último momento de su vida buscando hacer experiencias de sentido. Este hecho, acontece en ella como experiencia religiosa que se expresa de diversas maneras, según sus circunstancias históricas y sus opciones.
La persona, por su misma naturaleza, es un ser social, y sin la relación con los otros no puede ni vivir ni desarrollarse como tal. Su capacidad de comunicación nace de una mirada de amor sobre la historia y sobre las personas y requiere relaciones interpersonales maduras y libres . La calidad de nuestras relaciones, expresión de la experiencia mística compartida en comunidad, es una invitación que propone a los jóvenes la oportunidad que Jesús ofrecía a aquellos que querían seguirlo: “Ven y verás”.
Preguntas para reflexionar:
¿Qué implicancias prácticas tiene el creer en una antropología que considere a la persona libre, en búsqueda, como ser social?
¿Qué implicancias prácticas tiene el creer en una antropología que considere a la persona libre, en búsqueda, como ser social?
En nuestra Comunidad:
¿Cómo son nuestras relaciones con los jóvenes, tiene calidad?
¿Tenemos la capacidad de mirar con amor cada historia interpersonal y estar dispuestos a una relación interpersonal madura y libre?
No hay comentarios:
Publicar un comentario